Tal vez recuerden la polémica que se creó hace unos meses después de que los de National Geographic utilizaran un elefante de goma para rodar un espectacular documental intrauterino y nos lo vendieran como el feto de un dumbo real. No voy a entrar a discutir si esta práctica es o no periodísticamente correcta, aunque comprendo los motivos que llevaron a los responsables de la sociedad a tomar la decisión de contratar a un equipo de efectos especiales.
La National Geographic Society, fundada a finales del siglo XIX y que posteriormente dio nombre a la revista y a la cadena de televisión de pago que todos conocemos, tenía su sentido hace más de un siglo, cuando podía acercar a cualquier ciudadano yanqui que nunca había salido de su estado a volcanes, polos, desiertos y junglas a través de las crónicas y fotografías de los exploradores de la época. Pero hoy, gracias a las líneas aéreas de bajo coste y a las ofertas 2×1 de las agencias de viaje, lo de salir a ver mundo no es algo exclusivo de aventureros. Cualquier hijo de vecino con unos pocos ahorros y quince días de vacaciones puede volver de su veraneo con fotos de su novia siendo acosada por un grupo de monjes tibetanos, o de un amigo corriendo delante de un león en Kenia. Ya no necesitamos que vayan los de National Geographic a fotografiar el planeta, podemos ir nosotros mismos con nuestra cámara digital y torturar a la vuelta con nuestras miles de fotos a todo aquel que se atreva a visitarnos.
Pero por mucho que lo intentemos nunca podremos meternos en el útero de un elefante, motivo por el cual comprendo que los de la sociedad geográfica quisieran enseñarnos fetos de paquidermos en lugar de paisajes de Groenlandia o de la Isla de Pascua. Si tuviera realmente empeño podría coger un avión y plantarme en mitad de un poblado indígena del Amazonas, es algo más que factible. Pero no creo que consiga colarme nunca en la cocina de Cari Lapique o en el vestidor de Paloma Cuevas. El concepto de lugares exóticos ha cambiado. Por eso, porque sé que jamás pisaré el salón de Rosario Nadal, leo el ¡HOLA! en vez de la National Geographic.
Todos hemos visto alguna vez un elefante, en el circo o en el zoo, y todos hemos visto infinidad de veces esa puerta de la Audiencia Nacional por la que han desfilado Arnaldo, los implicados del Caso Malaya, los de Soziedad Alkoholika, radicales islámicos, ultraderechistas de pro y lo mejorcito de cada casa. Pero al igual que no sabemos a ciencia cierta cómo es una elefanta por dentro tampoco sabemos qué puede haber al otro lado de esa puerta. El próximo lunes dos exploradores vascos amigos de este santo blog, Josetxu Rodríguez y Javier Ripa, atravesarán la puerta invitados por el juez Grande Marlaska tal y como la cruzaron no hace mucho Guillermo y Manel Fontdevila. ¿El motivo de la invitación? Un fotomontaje de Juan Carlos Borbón del que ya se habló largo y tendido en un anterior post.
Puede que Rodríguez y Ripa, al igual que los otros dos humoristas de El Jueves, sean, como aquellos exploradores del siglo XIX, una especie de pioneros. Puede que lo que hoy está al alcance de unos pocos se popularice dentro de no mucho, y que del mismo modo que ahora es lo más normal del mundo coger un avión para viajar al extranjero dentro de poco lo habitual sea que los que nos dedicamos a la gracieta fácil y a hacer chistes de las infantas vayamos a ver qué hay detrás de esa puerta de cristal citados por el superjuez de turno.
Confío en que todo se quede en un susto, en que el señor juez se dé cuenta de lo absurdo de la querella y en que los pasillos de la Audiencia Nacional sigan siendo para todos, como el vestidor de Paloma Cuevas, nada más que un lugar exótico y desconocido.
Escuchando: Clarika - Les garçons dans les vestiaires
Actualización: Aquí tienen el texto de la querella (1, 2 y 3) por si les gusta la lectura y quieren saber a qué atenerse si hacen bromas con el Rey.