Les escribo desde el hospital, simplemente para decirles que estoy bien. Ahora mismo son las dos y pico de la madrugada y a mamá se le ha metido en la cabeza que tiene contracciones. Yo no tengo muchas ganas de salir todavía, la verdad. Aún no han puesto la calefacción en palacio y si por mí fuera me quedaba aquí dentro un mes más pero según estoy escuchando ahora mismo igual intentan sacarme. Qué pereza…

Si ya lo decía papá, que era una indigestión, que no era bueno comerse de una sentada todo el frasco de chiles que le regaló el otro día en Salamanca el presidente de México al abuelo. Pero claro, como para decirle que no a un antojo de mamá… Papá diciendo que le iban a sentar mal para cenar y mamá respondiéndole que siguiera viendo “El Oro de Moscú” y la dejara tranquila. A papá le gusta mucho el cine español, así que no ha habido que insistirle mucho. Un rato después, cuando a mamá le han empezado las contracciones ha ido corriendo al salón diciéndole a papá que cogiera el coche pero papá le ha dicho que se esperase un rato, que la película estaba acabando y que además estaba en pijama.

Mamá, como es así de impulsiva e independiente ha llamado a un taxi y nos hemos ido las dos tan ricamente para la clínica. Cuando mamá y yo ya llevábamos media hora tumbadas en la camilla ha llegado papá con una chaqueta encima del pijama y se ha puesto a contarle el final de la película al anestesista. A mamá parece que no le ha hecho mucha gracia el final, porque le ha mandado a papá a un lugar poco digno para un futuro rey. Es que mamá es más de películas de arte y ensayo.

Y bueno, creo que les voy a dejar ya, que alguien ha metido una mano y me está agarrando del pie. A ver si resisto y aguanto aquí dentro, que si no me quedo sin ir a Oviedo a ver la entrega de los premios de papá. Ya les contaré las novedades si consiguen desalojar el útero.