October 2005


Ya he llegado. Y sí, por supuesto, soy una niña, llevaba diciéndolo desde mayo en este diario y como es lógico nadie hay mejor que yo para saber lo que soy, pese a los sensacionalistas que han insistido en lo contrario. Pero bueno, todos los que me han llamado Covadongo o Pelayo quedan perdonados, que hoy es un día grande y encima mañana es Halloween.

Perdonen que no les dé más detalles por el momento pero, créanme, nacer cansa. Simplemente decirles que todo ha salido bien y que mamá y yo estamos bien. Papá está un poco mareado, pero dicen que se le pasará rápido. Por cierto, qué bueno es esto de respirar.

Pues no, al final me quedé sin ir a Oviedo. Papá y la abuela se fueron a entregar los premios y mamá y yo nos tuvimos que quedar en casa cuidando del abuelo. Al abuelo le encanta contarnos batallitas y siempre que la abuela se ausenta aprovecha para contarnos lo airoso que salió de un golpe de Estado. Cuando la abuela está en casa y el abuelo empieza a hablar de los tanques que salieron a la calle y de lo elegante que salió aquella noche por televisión la abuela siempre le manda callar porque ya nos ha contado la historia cientos de veces. Pero cuando la abuela se va de viaje o de compras le dejamos al abuelo que nos cuente sus historias de juventud. Además es gracioso, porque dice la tía Cristina que según pasan los años exagera cada vez más la historia. Por lo visto eso de que fue al Congreso con una escopeta a echar a los militares malos no es del todo verdad.

Y lo que les iba diciendo, que como me quedé en palacio poco les puedo contar de los Premios, ya que seguramente ustedes, que al menos tienen televisión, se habrán enterado mejor que yo de lo acontecido. De lo que sí que puedo hablarles es de cómo llegó a ser premiado Fernando Alonso, porque eso lo viví de primera mano.

Fue este verano, una mañana que papá tomaba el sol y leía un Mortadelo en la piscina de palacio. Mamá llegó un poco alterada, siempre se altera cuando ve que papá no está haciendo nada de provecho. Es una pena que mamá se altere con tanta frecuencia. Cuando llegamos (yo iba con mamá) al borde de la piscina la conversación fue algo así como: ¿Qué pasa, que vienes tan nerviosa? ¿Y tú qué, has escrito ya la lista? No, todavía es pronto, hasta que no se acerquen más las navidades no me voy a poner a pensar en lo que quiero que me regalen. No, Felipe, la lista de los premiados. ¿Premiados…? Sí, tus premios, los Príncipe de Asturias. ¡Ah…! Es que… no he podido… que… estaba viendo Art Attack (a papá le gusta mucho el arte). Bueno, pues la hacemos ahora y la mandamos por fax antes de comer. ¿Ahora? ¡Ahora! Y de paso que la hacemos barremos para casa. ¿Barremos? Es una frase hecha, Felipe, una frase hecha, no te pongas nervioso. Yo le daría otro a la escritora de Harry Potter, que el sexto libro también me ha gustado. No, cielo, esta vez déjame a mí, que no es bueno repetirse. ¿Y al actor que hace de Harry Potter? No, mira, el de Deportes se lo vamos a dar a Fernando Alonso, que además de asturiano este año puede ganar el mundial. Vale. El de la Concordia se lo damos al Consejo Regulador de la Sidra Asturiana, porque son incontables las discusiones que se han solucionado descorchando una botella de sidra. Bueno. El de Cooperación internacional va a ir para todas las asociaciones de emigrantes asturianos que hay repartidas por el mundo, por la función de embajadores de España que cumplen. De acuerdo. El de Cultura se lo va a llevar Hevia, por recorrer con su gaita electrónica los escenarios de medio mundo. ¿Hevia, pero tú estás mal? Que igual soy tonto, pero no tanto, antes renuncio a la corona que darle un premio a Hevia, mira, le doy el premio a Alonso para que estés contenta y el resto de los premios como siempre, que los decida mi secretaria.

Y así quedó la cosa. Es una pena, pero me parece que hasta que no sea yo la que dé los premios Princesa de Asturias no se va a hacer justicia y los de Santa Justa Klan van a seguir sin ser galardonados.

Les escribo desde el hospital, simplemente para decirles que estoy bien. Ahora mismo son las dos y pico de la madrugada y a mamá se le ha metido en la cabeza que tiene contracciones. Yo no tengo muchas ganas de salir todavía, la verdad. Aún no han puesto la calefacción en palacio y si por mí fuera me quedaba aquí dentro un mes más pero según estoy escuchando ahora mismo igual intentan sacarme. Qué pereza…

Si ya lo decía papá, que era una indigestión, que no era bueno comerse de una sentada todo el frasco de chiles que le regaló el otro día en Salamanca el presidente de México al abuelo. Pero claro, como para decirle que no a un antojo de mamá… Papá diciendo que le iban a sentar mal para cenar y mamá respondiéndole que siguiera viendo “El Oro de Moscú” y la dejara tranquila. A papá le gusta mucho el cine español, así que no ha habido que insistirle mucho. Un rato después, cuando a mamá le han empezado las contracciones ha ido corriendo al salón diciéndole a papá que cogiera el coche pero papá le ha dicho que se esperase un rato, que la película estaba acabando y que además estaba en pijama.

Mamá, como es así de impulsiva e independiente ha llamado a un taxi y nos hemos ido las dos tan ricamente para la clínica. Cuando mamá y yo ya llevábamos media hora tumbadas en la camilla ha llegado papá con una chaqueta encima del pijama y se ha puesto a contarle el final de la película al anestesista. A mamá parece que no le ha hecho mucha gracia el final, porque le ha mandado a papá a un lugar poco digno para un futuro rey. Es que mamá es más de películas de arte y ensayo.

Y bueno, creo que les voy a dejar ya, que alguien ha metido una mano y me está agarrando del pie. A ver si resisto y aguanto aquí dentro, que si no me quedo sin ir a Oviedo a ver la entrega de los premios de papá. Ya les contaré las novedades si consiguen desalojar el útero.

Ya, ya sé que dije que volvería, sé que les prometí que compartiría con ustedes mi diario del verano, pero compréndanme, ando muy liada. Me falta un mes para salir de aquí y todavía no sé qué ponerme. A esto añádanle las molestias del embarazo que tiene mamá, que no le dejan a una concentrarse y ponerse a escribir tranquilamente. Porque claro, eso de “molestias del embarazo”, así escrito en la prensa suena muy bien pero no se imaginan lo desagradable que es vivirlo desde dentro y encima con papá que no para de aporrear la puerta del baño gritando “¡Doña Letizia! ¿Estás bien?“. Comprenderán que una servidora, aunque disfrute escribiendo, necesite un poquito de calma para ponerse.

Y es que las molestias del embarazo están muy bien cuando puedes aprovecharte de ellas para librarte del enésimo evento sobre el Quijote, pero hay veces que son un incordio. El fin de semana, sin ir más lejos, en el bautizo del hijo del primo de papá y de Laura Ponte, quise acercarme un poco a hablar con el chico (que vale, será medio primo mío pero también es hijo de top model, y la belleza, como la corona, es hereditaria) y no hubo manera, que mamá no salió del excusado en toda la tarde. Y ahí que me pasé yo no sé ni cuántas horas sin probar los canapés de gambas y haciendo sudokus.

Creo que les estoy aburriendo con tanta anécdota escatológica, así que iré al grano. Hoy las molestias de mamá no es que hayan sido menores, y trajín hemos tenido, y bastante. Pero que una futura reina de España pasase por alto el 12 de octubre sería casi tan grave como si el tío Jaime se perdiera una Madrid Fashion Week. Así que aquí me tienen, felicitándoles a todos el Día de la Hispanidad (porque estas cosas se felicitan, ¿no?) y esperando que a ustedes también les hayan hecho muchos regalos. Hoy, como han venido a verme las señoras de los ministros, que normalmente vienen solos, me han regalado aún más patucos que de costumbre. Lo bonito es que hoy la mayoría venían bordados con la bandera nacional, pero hace meses que acostumbramos a rechazar este tipo de regalos, así que supongo que se los mandaremos a los niños de alguna zona menos favorecida. Getafe o así.

Pero a lo que vamos, que el regalo que más ilusión me ha hecho ha sido que papá me ha llevado a ver los soldados. Y es que a mí me encantan los soldados, creo que he heredado de mamá el estilo y de papá la afición por las metralletas. Ya he visto Rambo como siete veces. La segunda parte, que es la que siempre pone papá. Siempre se emociona cuando la ve y a mamá le toca tranquilizarle diciéndole que no se preocupe, que seguro que al final consigue cargarse al chino. Y es que papá dice que la película le recuerda a cuando estuvo haciendo la mili en Zaragoza. Yo tengo unas ganas de crecer y de hacer la mili en Zaragoza… o en Sotogrande, o donde sea. Será fabuloso llegar a todas las inauguraciones subida en mi avión de caza y ataque echando banderas de España por el tubo de escape y saludando a los niños desde el cielo. Mientras llega ese día intentaré seguir escribiendo en mi diario y pensando en qué ponerme el día de mi presentación oficial.